miércoles, 31 de marzo de 2010

Cómo nos vieron y qué publicaron (II)
Folklore Andaluz
Gracia y belleza de los verdiales malagueños
(1ª parte)

     En mis búsquedas cibernéticas, me tropecé un día con el título de un artículo de periódico que decía: “FOLKLORE ANDALUZ. Gracia y belleza de los verdiales malagueños”. Aunque el título era atrayente lo que realmente me provocó la compra de dicho periódico fue la fecha de edición del mismo: “15 de diciembre de 1945”.

     El periódico en cuestión era “El Español” y el autor del artículo fue “Claudio Grondona Ruiz”, periodista que en 1949 formaría parte de la plantilla de RNE en Málaga. Intenta convencernos de que el nombre correcto de los Verdiales debería ser VEDRIALES, pero hasta él no se pone de acuerdo consigo mismo y lo va nombrando con uno u otro nombre indistintamente.

     Nos da su punto de vista en la historia y antigüedad de los Verdiales, haciendo hincapié en su origen moro y encontrando similitudes con las fiestas marroquíes. ¿Por qué no fueron ellos los que tomaron influencias de nuestra Fiesta Íbera de verdiales durante los ocho siglos de presencia musulmana en España?

Venta de Matagatos - Foto Revista Jábega


Desde hace muchos, muchísimos años, se conoce por partido de Los Verdiales, en la provincia de Málaga, una extensión de terreno que radica en la margen derecha del río Guadalmedina y al que se llega, partiendo de la ciudad, por el camino de Suárez o Antequera, en suaves pendientes y pequeños declives. Como centro geográfico de este partido podríamos señalar la famosa “Venta de Matagatos”, de la que escribiremos algún día, ya que su sola mención reaviva gratísimos recuerdos. Por otra parte, al mismo pie de la sierra de Mijas, en la que hace siglos se hallaba emplazado el “Hins Mixas” de la cora o amelía morisca malagueña, también se encuentra un pequeño rancho llamado Los Verdiales o Vedriales. Cuál de los dos es el verdadero no se sabe con certeza; más lo que si se sabe es que de uno u otro toma su nombre una canción y baile, o fiesta, que con el tiempo se transformó en patrimonio de toda la provincia, ya que lo mismo se practica en cualquier punto geográfico de ella. Dicha canción y baile merecen especial estudio y atención siempre que se hable o escriba del cante “jondo”, y, ante todo, de “la malagueña”, puesto que a mi parecer, y según se desprende de innumerables pruebas étnicas, geográficas, históricas y floklóricas que a continuación vamos a detallar, es esa canción regional (“la malagueña”) una de sus mejores facetas y no al contrario, como se sustenta actualmente.

Respecto a la palabra o nombre de Verdiales, también sería conveniente aclarar algunos puntos. Efectivamente, ¿se dice o escribe verdiales o vedriales?... Del estudio etimológico natural de dicha palabra o nombre (y digo natural, ya que no pude hallar referencia bibliográfica alguna) se desprende, de forma elemental, que debe decirse o escribirse Vedriales, sustentando esta tesis particular lo siguiente: El segundo lugar aludido, conocido por Los Vedriales, se denomina también Los Tejones, nombre que toma (siguiendo la costumbre de adaptar los accidentes del terreno al nombre, como por ejemplo, Carrascales, Mesas, Oya, Barrancas, etc., tan abundantes en la toponomia andaluza) de los numerosos tejos, lascas o piedras planas que, desprendidas de la serranía por fenómenos geológicos, sembraron el suelo de miles de trozos calizos, en los que debe haber cierta parte de mies o cristales de cuarzo, ya que brillan al sol, y de ahí Vedriales, es decir, vedriado o vidriado. Anotemos de paso la pronunciación del provinciano andaluz, para el que es mucho más fácil decir vedriales que verdiales, como se comprueba al ser preguntado. Queda por averiguar, por último, cuál de los dos lugares es el primitivo. Mas se diga de una u otra forma, esté en una u otra parte, que para el caso que nos ocupa es lo mismo, lo cierto es que basta retirarse de diez a quince kilómetros solamente de la ciudad para que surja con gran potencia, que se acentúa a medida que caminamos hacia el interior, este baile y canción que nunca se separan y con los cuales tanto se divierten mozos y mozas de la provincia malagueña.

Como ya es sabido, apenas se escarba ligeramente en el estudio folklórico de Andalucía encontramos lo árabe o bereber, oriental o africano (Muza o Tárik); pues bien, a nuestro parecer, he ahí, en los verdriales, una de las más vivas expresiones del cante “jondo” (árabe puro) y del bolero, con una gran influencia beduina o africana.

Ya sabemos también que perdido el famoso “ala” en Andalucía, vino a sustituirlo el cante “jondo”, que aun perdura. Por lo que respecta al baile, se advierte en su estudio folklórico que sólo la famosa zambra es la que se mantiene en los alcázares sevillanos y granadinos, con escenarios muy lujosos, mientras el llamado bolero se populariza al pasar al pueblo, que lo encuentra de fácil manejo y ejecución. Después los siglos lo alejan de los centros que se modernizan rápidamente, y vuelve a las coras, de donde salió, manteniéndose en su estado primitivo. Queda en la ciudad, sin embargo, un bolero fino, estilizado, mientras la canción, por el mismo itinerario, modula su tema musical y se convierte en la llamada “malagueña”, en su camino ascendente hacia una escuela y un estilo. El instrumental antiguo también se abandona y queda la guitarra, con la que el “cantaor” pule y perenniza la copla, que se hace regional a través de las generaciones, para llegar nada menos que al siglo XIX y desaparecer nuevamente tras los maestros Chacón, Juan Breva y otros muchos.

Se desprende de todo ello que la “malagueña” fué, y es, por tanto, una viva faceta de los vedriales, al que se fué agregando, en su tiempo y lentamente, lo que podríamos llamar barroquismo árabe del ¡alalá!, convertido luego en el ¡ay! del cante “jondo” o andaluz. Es decir, en un curso natural y lógico, la copla sencilla, primitiva, al ser cantada, generación tras generación, por “maestros” del cante y buenos aficionados, tiende al adorno, al floreo de los tercios, en los que se repiten versos y modulaciones tantas veces se cree necesario para mantener el típico ¡ay! con una poderosa voz. De ahí el que la “malagueña” se mantenga pura en sucesivas generaciones por quienes supieron o la pudieron interpretar; mas en cuanto faltan los maestros, los grandes aficionados, es decir, en cuanto no hay, facultades, se esfuma en la curva descendente y natural de lo que fué creado de la sencillez, para convertirse en dificultad.



Es por ello lógico buscar el primitivismo de la tal canción no en la ciudad, donde el cante está sujeto, ciertamente, a las variaciones y caprichos de las generaciones (adulteración y poco poder interpretativo), sino en el campo, donde no se manosea, donde se practica en escenarios naturales y es factible conservar y trasladar más pura de padres a hijos sin perder su encanto primero. Creo que esta tesis es la más acertada. Dichas razones sustentan también el porqué los vedriales se conservan casi intactos, lo que se debe, sobre todo, a su actual refugio, la provincia malagueña, en la que el escenario y ambiente euroafricano de tierras, pencales, olivos y viñedos (entre los que parece surgir a cada momento un minarete oriental o una chilaba), atrae y sabe guardar como un tesoro legado tan precioso. Para reafirmar esta tesis podemos apuntar razones históricas, como por ejemplo, la que demuestra que Málaga, no ya en las primeras invasiones, sino mucho después (siglos VII al IX), no era la capital de la cora o amelía malagueña, sino Archidona (Reya, Medina Arxiduna o Hadira Arxiduna); y como sabemos que los primeros invasores fueron africanos, es decir, bereberes, cuyos músicos debieron traer, junto a las armas, instrumentos y canciones bárbaras, es natural pensar la procedencia de parte de ellos, agregándose luego la influencia de la música y canción árabes, lo que vuelve a reafirmar el que los vedriales y, por tanto, la “malagueña”, son tanto o más antiguos que los cimientos de Gibralfaro, como dijo José Carlos de Luna al referirse a su procedencia. Apoya también estas razones el erudito malagueño Francisco Bejarano, en un artículo publicado en “Miramar”, correspondiente al día 9 de agosto de 1944, sobre la “malagueña”, donde dice: “De este fandango popular (vedriales) procede quizás y sin quizás para algunos, la “malagueña”.”

Que los verdiales son uno de los más ricos filones moriscos que posee Andalucía lo prueban tantas razones; pero desconcierta saber aún más; por ejemplo, que hay una réplica de este baile nada menos que en Rumania. Este hecho no hace sino reforzar su primitivismo en cuanto se piensa un poco en el Imperio Bizantino, única forma de poder relacionar tan tamaña y lejana aparición.

La enorme influencia árabe en los vedriales se advierte inmediatamente en su instrumental, letrilla, ambiente y cuanto lo rodea. Basta presenciarlos en cualquier cortijada o lugarejo de la provincia para que el más profano en la materia no advierta seguidamente, tanto en su música bárbara, africana, aborigen, como en la canción que acompaña, la polifonía beduina de las tribus nómadas pastoriles del septentrión africano, y la modulación árabe, lánguida y ardiente, casi igual en todo a las actuales fiestas moras del Marruecos español.

     En el próximo artículo nos describirá los instrumentos y como transcurre una Fiesta de Verdiales, en su entorno habitual, el cortijo.

1 comentarios:

Porverita dijo...

Me encantan estas lecturas añejas: no hay duda de que la malagueña es nieta de los verdiales, pasando por el fandango.

La verdad es que teorías, sobre la procedencia de los verdiales, hay tantas como teóricos.

Ya tengo ganas de leer el siguiente capítulo.

Muchas gracias. Me interesan mucho estas recuperaciones bibliográficas.

Salud, niño.